La actual forma de trabajar no nos permite trabajar.
Las oficinas nos roban el tiempo y la atención con traslados desgastantes, reuniones interminables y las distracciones inherentes de los espacios físicos de trabajo. Forzamos tareas en todos y cada uno de los espacios disponibles en nuestra agenda y esto termina afectando otras áreas de nuestra vida.
Las compañías priorizan hablar del trabajo sobre hacerlo, y recompensan la presencia sobre la productividad.
El trabajo remoto prometía cambio.
Pero las reuniones simplemente se transformaron en videollamadas. Los llamados a tu puerta se multiplicaron en forma de notificaciones en línea. Las larguísimas jornadas de oficina ahora las pasas en Slack (lo que irónicamente significa "holgazanear").
Los límites entre lo personal y lo profesional nunca han sido más difusos. Y estamos cada vez más lejos de capturar la concentración que nuestros empleos requieren.
La asincronía es la libertad de colaborar juntos en nuestro propio horario, no en el de los demás. Es el poder de proteger nuestras mejores horas para concentrarnos y fluir. Es la tranquilidad de podernos desconectar completamente, sabiendo que podemos retomar donde quedamos.
Es un mundo donde el trabajo se puede dar en cualquier momento y lugar (pero no todo el tiempo). Donde medimos la productividad en resultados, no en horas. Donde las compañías valoran el pensamiento profundo y el equilibrio como los activos invaluables que son.
El futuro es de la asincronía.
Es para las compañías que confían en que sus trabajadores saben dónde y cuándo trabajan mejor. Para los equipos que hablan menos y hacen más. Para los creadores que trabajan concentradamente y luego, se desconectan por completo.